Si te comparas, pierdes

Es natural observar a otras personas. En muchos casos, esta observación genera una admiración que te ayuda a aprender y a poner todos los recursos en marcha para alcanzar tus objetivos. Sin embargo, otras veces puedes entrar en un bucle de comparación en el que siempre pierdes, principalmente porque la comparación es infinita y porque además comparas las fortalezas de la otra persona con tus debilidades.

Mi caso personal en Instagram

Tengo una cuenta que hoy en día tiene más de 400.000 seguidores. Fue una cuenta pionera. Tanto, que hace ya 10 años salí en El País en un artículo titulado "Los españoles que mandan en Instagram". Nadie sabía entonces quiénes eran las Pombo o Dulceida. No, los que liderábamos allí éramos un grupito de gente corriente que hacía buenas fotos y se lo pasaba bien viajando.

Tengo una segunda cuenta que lleva todo el año con 1.359 seguidores (hay días que sube a 1.360 y otros que baja a 1.358). No hay manera de darle un poquito más de ritmo utilizando los mismos esfuerzos y recursos que con la anterior (bueno, que sí, que los tiempos han cambiado y ahora Instagram es otra historia, pero por el momento he elegido no dar ese extra que requeriría subir de nivel).

Es una experiencia interesante pasar de los éxitos de @misswinter a ser casi invisible con @elenaortega_coach. Y claro, si miras lo que hacen otras mujeres de un sector similar al de este segundo perfil (bienestar y liderazgo), pueden pasar dos cosas: o las admiras y aprendes, o, si tienes un día malo, puedes acabar midiendo tu valía comparándote con ellas (porque además empezarías con el número de seguidores y luego continuarías con cualquier otra cosa atrapada en un círculo verdaderamente agotador).

La trampa de la autoestima

Muchas veces en las sesiones de coaching las mujeres me dicen: "quiero mejorar mi autoestima". Ay, y yo estoy en contra de esa palabra llamada autoestima. Durante décadas, se ha creído que la autoestima es la clave del bienestar. Sin embargo, siempre falla cuando más la necesitas porque depende de logros externos y de la aprobación social, es decir, de esa autovaloración cuando me comparo. Y ya hemos dicho aquí que si me comparo, pierdo.

Por el contrario, aprender a subir el volumen de tu voz amable ofrece una fuente interna de fortaleza y bienestar. Como dice Kristin Neff, la autocompasión es una alternativa perfecta a la autoestima. No exige sentirse mejor que los demás, no depende de la aprobación de los demás y no requiere que las cosas estén bien. El único requisito para la autocompasión consiste en ser una persona imperfecta, como todo el mundo.

Desear que a los demás les vaya bien

Uno de los ejercicios que hacemos en el programa de Entrenamiento en el Cultivo de la Compasión cuando buscamos fortalecer nuestra empatía y ampliarla más allá de una misma y seres queridos, es dirigir la atención a las personas con las que te cruzas en la calle y desearles mentalmente que sean felices y se encuentren bien. Es un gran entrenamiento mental para luego cuando de verdad nos relacionamos con la gente, que esa actitud constructiva y empática esté más a mano.

Alegrarse de que a la gente le vaya bien en realidad puede suponer un desafío. En este sentido, me impactó leer a Pema Chödrön decir:

"Hasta que no comencé la práctica de alegrarme por los demás, no fui consciente de toda la envidia que tenía".

¡Mamma mia! Si a ella le sucede ¿qué no nos va a pasar al resto de los mortales? Pues nada, a entrenarse, y si estás leyendo esto, te deseo de corazón:

que estés bien

que seas feliz

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El secreto de un liderazgo auténtico